No ha lugar
Chile tiene estadios gigantes y una constelación de recintos muy pequeños. Y entre medio, poco y nada. El vacío es tan grande que cada evento termina peleando por las mismas pocas canchas, los mismos domos, los mismos parques arrendables, como si estuviéramos en un país que recién empieza a recibir conciertos, no en uno que hace décadas presume un calendario internacional robusto.