
Gonzalo Rodolfo Winter Etcheberry: el profeta
Winter, como figura política, es una mezcla curiosa de convicción profunda y desorden retórico. Hay belleza sin embargo en su caos. Hay al menos la intención de comprender. Le fallan las metáforas.
Winter, como figura política, es una mezcla curiosa de convicción profunda y desorden retórico. Hay belleza sin embargo en su caos. Hay al menos la intención de comprender. Le fallan las metáforas.
Un comienzo lleno de signos auspicioso y de señales por revisar que tiene al menos la gracia de dejarnos ver que después de más de 2000 mil años la historia de esos pescadores que decidieron dejarlo todo para seguir un misterioso carpintero que caminaba sobre las aguas, continúa.
Mis predicciones, claro, se cumplieron a la perfección. Moreno no fue ministro diez años, ni tuvo el tiempo necesario para aplicar sus reformas. Su falta de simpatía personal, sus modales de jefe, su incapacidad para el carisma, le impidieron también convertirse en candidato presidencial —un cargo que, sin duda, habría ejercido con la misma seriedad, sobriedad y rigor intelectual con que ha asumido casi todos los papeles que le han tocado.
Una sola idea ha sido constante entre varios cambios que han constituido su vida política: la idea de que Ximena Rincón González tiene un destino presidencial.
Aunque cabe la posibilidad de que los ingenuos seamos nosotros y que este cacique electoral, que casi siempre saca la primera mayoría en las elecciones, no sea el niño bueno que quiere mostrarnos. Puede que no mienta, pero que diga la verdad de un modo conveniente. Puede que sepa, mucho mejor de lo que aparenta, jugar el juego de la política.
Los años de jesuita castigador, de jesuita disciplinador, construyeron ese carácter resistente, duro, pero al mismo tiempo luchador, recio, que fue su marca de fábrica. Los zapatos sencillos, las habitaciones de hotel sin estrellas, los ejercicios de humildad que venían acompañados de su nombre —Francisco, el santo que se hizo pobre a sí mismo— no fueron más que una necesaria operación de marketing.
Recuerdo el temor de Harari (¿puedes corregirme el apellido?), y la idea de que la llegada del IA sería el final de la humanidad y lo entiendo.
Tener a su derecha a alguien todavía más de derecha le permite parecer razonable, incluso moderado. Lo que no es. Ni quiere ser.
Tener la razón es, lo confiesa sin pudor, su gran pasión. Una pasión que apenas disimula otra cosa: un cierto pudor ante las emociones.
De cerca, puede ser cálida, divertida, incluso desordenada. Pero esa soltura nunca amenaza su control. Le gusta el poder, aunque no se le note el goce.